Hace cosa de un mes, Juan Guillermo Valderrama del blog Artesano de historias me envió un correo en el cual me decía que se sentiría muy orgulloso si yo accediera a grabar uno de sus relatos, concretamente este que hoy os traigo titulado En casa verde.
“EN CASA VERDE” era el lugar donde el autor, hasta hace poco más de doce años, iba a consumir toda clase de porquerías como él mismo las define, en esa casa consumían drogas, especialmente “BASUCO” alcohol y mujeres. Todavía le tiemblan las piernas cuando pasa por la calle donde queda dicha casa. Este relato más que una denuncia es para él y todos los que lograron sobrevivir a ese horror, un canto de libertad y esperanza.
En Casa Verde
Casa rodeada de misterio y teorías, algunas inventadas por transeúntes y viejas chismosas que, con temor, se asomaban sigilosamente por las ventanas de sus casas tratando de ver, aunque fuera por segundos,algún fragmento de intimidad que saliese por esa doble puerta de hierro, que sólo se abría con el santo y seña del campanero del lugar, quien permanecía allí día y noche para que, desde adentro, con agilidad asombrosa corrieran trancas y aldabones y así pudieran entrar, casi sin ser vistos, sólo los eternos invitados a aquella fiesta infernal.
Hoy, más de una década después de que esa casa ya no existe para mí, le contaré, señora, quiénes fuimos sus vecinos y qué se escondía detrás de aquella puerta y aquellas cortinas color púrpura, que usted nunca se aventuró a cruzar más que con su morbosa imaginación. Le causará sorpresa saber que, mientras usted rezaba sus padrenuestros y rosarios, había gentes al lado suyo que armaban sus cigarros alucinantes en hojas de la Biblia. Era un confuso grupo de viciosos en el que se mezclaban por azar diversos oficios y profesiones. Usted hubiera podido ver allí al abogado, el ingeniero, el político, el periodista, el poeta, el artesano, el artista, y hasta de vez en cuando un cura disimulado. Pero títulos y dignidades quedaban fuera sólo con cruzar aquella puerta.
En esa permanente bacanal, donde el único pecado era no tener dinero, una mujer extraviada se convertía en prostituta a cambio sólo de aspirar un gramo de ese polvo amargo y seco; y el discreto caballero, con unos cuantos tragos de anís y una sola aspirada a esa picadura con polvo convertida en cigarro, doblaba su personalidad y su cuerpo para transformarse en marica por unas cuantas monedas. Allí nadie señalaba a nadie; no había a quién señalar. Sólo se veían camas de hierro con sucias colchonetas a rayas azules y blancas, manchas de antiguos amores fugaces, y nubes amarillentas dejadas por algún borracho como marcando territorio en su lecho. Pero esa cama, al igual que el dinero, a cada hora cambiaba de almas y de dueños.
Cementerio clandestino con cansadas baldosas rojas y amarillas, donde moraban muertos que aún respiraban en sus alcobas en compañía solamente de esa bombilla que pendía del agujereado techo. Fosas sin puertas; calabozos con barrotes oxidados por la angustia; olores de mil colores que entre el orín y el excremento se confundían; enfermedades incurables que daba lo mismo que fueran cáncer, tuberculosis o sida; sabor a sudores de tres días; rincones con tarros de galletas como potes de basura; un solar que sirvió de sepultura para un desdichado que no canceló a tiempo sus cuentas con el jíbaro; un hueco en el piso donde antes hubo un sanitario, que ahora servía de letrina para completar la escena; y un manto espeso de humo gris, que cubría de hollín las almas.
La casa ya no existe.Sus muertos cambiaron de cementerio.La mayoría descansan en paz, como en paz debe descansar usted, señora. Sólo quedamos unos pocos sobrevivientes, que logramos salir de esa cueva infernal.
Desapareció el antro asqueroso, sólo para cambiar de forma y multiplicarse con nuevo estatus social, disfrazado de hostales, casas de masajes, casinos y otros maquillajes. En la ciudad y sus alrededores brillan sus luces multicolores de neón. Así es, señora, que sólo cambió el decorado. Los habitantes son los mismos, con vestimentas diferentes.
Autor: Juan G. Valderrama S.
Voz: Nerim
Ese tipo de antros no han desaparecido, efectivamente han aparecido otros más aparentes con esas luces a las que Juan se refiere, pero ese lúgubre y otros igual a ese, desaparecen y vuelven a aparecer, siguen existiendo, sobre todo cuando surge la maldita crisis y unos y otros no pueden pagar esos lugares de ¿?lujo; hay que olvidar y ser feliz temporalmente consumiendo productos ilegales, mientras otros/as quieren no morir prostituyéndose a cuenta de unas monedas. Es la pobreza dentro de la pobreza, aunque no la veamos, existe.
ResponderEliminarDuro pero real relato.
Saludo
Nerim,
ResponderEliminarGracias por leerlo como yo lo escribí.
Y como decimos por estas tierras: un Dios le pague.
Gracias.
Mi querida amiga, una historia que se repite por desgracia en muchos lugares. Ha sido un placer escuchar el relato y mi más sincera felicitación
ResponderEliminarQué maravilla también escuchar tu voz en otras historias, dice mucho de ti. El relato que describes me parece cargado de sentimientos observados. Me encantó de pe a pa.
ResponderEliminarQué decir, acá no te leo, sólo te escucho. Reitero, tu voz es hermosa.
besito.
Un relato emocionante de un mundo que sólo sé que existe y al que le tengo mucho miedo, porque se entra pero hay un laberinto tan dfícil que sólo unos pocos han conseguido salir, dejando trozos de su vida rotos por los alambres de espino o adicciones que atan.
ResponderEliminarGracias a Nerim por publicarlo, leerlo y compartirlo.
Muchas gracias a "artesandehistorias" por lo real del relato.
Los dos juntos habéis conseguido que nuestros ojos miren y vean.
Enhorabuena Juan, por haber salido, por haberlo narrado de una forma tan real y sobretodo por atreverte a publicarlo.
ResponderEliminarSi al relato le añadimos la voz de Nerim se convierte en una historia sobrecogedora.
Un abrazo a los dos
Una historia muy dura de la que al menos sale algo positivo para Juan. Tu lectura, impresionante. Abrazos
ResponderEliminar